
Frente a las dudas que despierta el proyecto del aserradero móvil, vale la pena detenerse y escuchar a quienes llevan décadas investigando sobre nuestros bosques.
En tiempos de retroceso de derechos y fragmentación social, este texto propone repensar la democracia más allá del voto, reclamar soberanía tecnológica y construir desde abajo un nuevo pacto colectivo basado en valores que no se negocian.
Opinión18/05/2025Por Esteban C. Rebolledo
No alcanza con preguntarnos qué nos pasó. La verdadera pregunta es qué nos faltó.
Y lo que nos faltó fue establecer un piso de valores innegociables. Sin ese marco, todo puede cambiar con el gobierno de turno, y lo que parecía una conquista social se desvanece. Necesitamos señalar con claridad lo que no se negocia más. Nunca más.
Como advierten Rinesi y Argumedo, la democracia no puede seguir reducida a una forma vacía, sostenida por el marketing político y el voto ritual cada dos años. La democracia real se juega en la vida cotidiana: en el acceso a derechos, en la igualdad concreta, en los vínculos sociales. Y ahí es donde hoy se libra una nueva batalla.
Esa batalla ya no puede pensarse al margen de la tecnología. El capitalismo contemporáneo está atravesado por lo digital, por los algoritmos, por los datos. Pero también nosotros, como pueblo, podemos intervenir sobre esa trama. Necesitamos una soberanía tecnológica: que el acceso a internet, a las telecomunicaciones y a las plataformas digitales sea un derecho humano garantizado de forma universal.
Sin eso, no hay ciudadanía plena. No hay posibilidad real de participación ni de construcción democrática.
Proponemos una nueva superestructura para este tiempo. No alcanza con resistir: hay que construir. Nuevas reglas del juego. Nuevos pactos colectivos. Una democracia viva, dinámica, que se rehaga desde abajo. Desde el sujeto psicosocial que no solo sufre: también actúa.
No queremos un país al servicio de los mercados, de las corporaciones o de las plataformas.
Queremos un país al servicio del pueblo, de su historia y de su futuro.
Y para eso, lo primero es poner sobre la mesa lo que no se negocia.
Esa es la tarea pendiente. Y esa es también la única salida.
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